El Mundial de 1938 es, quizás, uno de los más olvidados de la historia. No tuvo el carácter inaugural del de 1930, ni el drama político del de 1934, ni los héroes globales que llegarían con el Maracanazo del 50 o la irrupción de Pelé en el 58. Incluso dentro de la historia italiana, queda algo opacado por su predecesor.
Pero no por eso fue menos relevante. Fue la última Copa del Mundo antes de que el mundo se paralizara por la Segunda Guerra Mundial. El torneo dejó huellas profundas, algunas ocultas entre líneas, como la política que seguía condicionando el deporte, o las decisiones tácticas que empezaban a moldear el fútbol moderno. Y, sobre todo, fue el escenario donde Silvio Piola dejó claro por qué su nombre todavía resuena en los libros de historia
El contexto: selecciones ausentes, tensiones crecientes
Francia fue elegida como sede, en parte como reconocimiento a su rol clave en la creación del Mundial. Pero no todos lo celebraron. En Sudamérica, la elección europea causó malestar: ni Uruguay ni Argentina participaron, molestos porque sentían que era su turno de organizar.
España tampoco pudo decir presente: la guerra civil hacía estragos. Austria, por su parte, sí había clasificado, pero el país fue anexado por la Alemania nazi antes del torneo, y algunos de sus jugadores fueron forzados a jugar para el equipo alemán.
FIFA intentó llenar el hueco pidiéndole a Inglaterra que se sumara… pero como era costumbre por entonces, los ingleses se negaron. Así, el torneo se jugó con solo 15 selecciones en formato de eliminación directa. Suecia clasificó automáticamente a cuartos por sorteo
Italia: de campeones cuestionados a favoritos
Después del polémico título de 1934, muchos ponían en duda el mérito deportivo de Italia. Se decía que Mussolini había influido en árbitros, rivales y decisiones clave. Ganar fuera de casa era una forma de legitimar su lugar en la cima.
Pero había razones deportivas para tenerlos como favoritos: no perdían un partido desde 1935 y venían de ganar el oro olímpico en 1936. Su entrenador, Vittorio Pozzo, seguía al mando y aseguraba que este equipo era aún mejor que el de 1934
Pozzo, el líder: estratega, motivador… y diplomático
Pozzo era una figura imponente, respetado por su visión táctica pero también por su capacidad para motivar. Cuando supo que Brasil había reservado el único avión de Marsella a París antes incluso de jugar la semifinal, fue al hotel rival a armar una escena. Luego volvió con su equipo y los desafió: “Ellos ya se creen finalistas. Vayan y demuéstrenles que no lo son”.
Aun así, el poder de Mussolini seguía pesando. Obligó al equipo a hacer el saludo fascista antes de los partidos, a jugar con camisetas negras (símbolo del régimen) cuando Francia usó su tradicional azul, y hasta presionó para que jugara el veterano Eraldo Monzeglio, su amigo personal, en lugar del joven Alfredo Foni.
El pobre rendimiento de Monzeglio ante Noruega convenció al presidente de la federación de permitir que Pozzo tomara las decisiones tácticas a partir de entonces. Foni entró y no salió más
Tácticas: del "metodo" al juego técnico
Italia seguía usando una versión del sistema "metodo": una evolución del 2-3-5 hacia un esquema más estructurado, que hoy se parecería a un 4-3-3 primitivo. La clave estaba en el retroceso del mediocentro para formar una línea más sólida y en la movilidad de los interiores
En ataque, los extremos Biavati (por derecha) y Colaussi (por izquierda) eran incisivos.


Pero el peso ofensivo recaía en dos figuras:
Giuseppe Meazza, aún vigente, organizando el juego desde una posición más retrasada.
Y Silvio Piola, el nuevo goleador, el delantero total.
Piola, la estrella silenciosa
Con solo 25 años, Silvio Piola se convirtió en el alma del ataque. Ya era goleador de la Serie A con Lazio y demostraba ser un “9” completo: definía, asistía, se movía con inteligencia y asociaba a los extremos.
Anotó cinco goles en el torneo, casi todos decisivos:
El tanto en la prórroga ante Noruega.
Un doblete ante Francia en cuartos.
Y dos goles más en la final, sumados a una asistencia.
A día de hoy, Piola sigue siendo el máximo goleador en la historia de la Serie A con 274 goles, una cifra que ni Totti ni Immobile han podido superar.
La semifinal: Brasil sin su crack
Italia enfrentó a Brasil en semifinales, pero los sudamericanos no alinearon a su estrella, Leônidas da Silva, quien venía tocado físicamente. Había jugado dos partidos muy exigentes ante Checoslovaquia, incluido un desempate, y lo dejaron fuera “para reservarlo para la final”.
Spoiler: Brasil no llegó a la final.
Y como si fuera poco, tampoco pudieron contar con Leonizio Fantoni (Fantoni III), delantero que jugaba en Italia, pero se había fugado de la conscripción militar volviendo a Brasil. Por temor a sanciones, Brasil no lo incluyó. Jugó José Perácio como “9” improvisado. Italia ganó 2-1.
La final: Italia 4 - Hungría 2
La gran final se jugó en París ante una buena selección húngara, pero Italia fue superior. No tanto por dominio territorial, sino por su efectividad al contragolpe y la clase de sus atacantes.
Así fueron los goles:
1-0: Piola asiste desde la derecha a Colaussi.
1-1: Titkos empata para Hungría.
2-1: Golazo de combinación entre Meazza, Ferrari y Piola.
3-1: Otro de Colaussi.
3-2: Descuento húngaro.
4-2: Piola sentencia tras pase de Biavati.
Italia, bicampeona. Con un equipo más técnico que físico, esta vez sin polémicas arbitrales tan evidentes como en 1934. Y con una generación que parecía destinada a marcar una era… hasta que llegó la guerra.
¿El mejor equipo? Esta vez sí
A diferencia de 1934, pocos dudan del mérito de Italia en 1938. Vencieron con claridad a los anfitriones (Francia), a un Brasil algo disminuido, y dominaron la final ante Hungría. Tuvieron una pizca de suerte ante Noruega, sí, pero después mostraron jerarquía, táctica y efectividad.
La gran paradoja es que, después de semejante doblete (1934-38), Italia no volvió a disputar una semifinal hasta 1970.
Italia 1938 fue un torneo de transición: los primeros destellos de fútbol colectivo moderno, el protagonismo de una figura como Piola, y el cierre de una era antes de la Segunda Guerra Mundial. No tuvo la épica de otros mundiales, pero fue la consolidación del fútbol italiano como potencia.
Y aunque los nombres de Meazza y Piola quedaron para siempre, el recuerdo del torneo quedó algo diluido. Hoy, a más de 85 años, vale la pena volver a mirar hacia atrás… y entender cómo se construyó la primera gran Italia campeona del mundo.
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Creo que este Mundial quedó demasiado metido dentro de la órbita de la Segunda Guerra Mundial, y tiene muchas curiosidades como la participación de Indias neerlandesas o la anexión de Austria y su equipo sensación de Europa Central por parte de Alemania